miércoles, 17 de octubre de 2012

pobre diablo





Un demonio arrepentido solloza tumbado encima del tiempo. Lo abraza y llora. Llora peste y vinagre.


Estuvo largo tiempo huyendo del ocio, la mentira y la travesura, agentes que a la larga empujan las grandes maldades.

Su rastro pestilente podía percibirse en lontananza. Su silueta de múltiples formas, el traje diseñado con los finos hilos del engaño y su gracia irresistible, ahora son remanente de un extinto reinado de gozo apagado, hoy solo humo de coito.


Se le vio llevando su cruz de cenizas, sus violentas palabras mágicas, sus mentiras (todas ciertas). Se le vio cargando un averno ajeno, dejando su estela de azufre y caca, con esa aura comatosa, apagado, silencioso y gris.


Ya no baila en la disco. Le robaron el techo, la voz, los submundos y los clavos oxidados.

Cada tanto se detiene, mira hacia atrás y hurga en sus bolsillos. Da pase a un momento tranquilo cuando comprueba que le queda un corazón carbonizado y en venta para quien tenga hambre de dolor.


Tras muchas vidas llega a su casa. Abre la puerta y sin ánimo se sienta en la sala. Enciende el televisor y se baña de spam.


A lo lejos, su mujer pregunta qué quiere para cenar. Su única suerte es que los niños duermen.


Resopla. Desiste al crimen y al suicidio. Acepta cena y castigo. Se marcha a la cama en silencio no sin antes comprobar que puso el despertador.

No hay beso de buenas noches. Es tiempo de rezar.

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