viernes, 19 de octubre de 2012

un kiss


La primera vez que nos besamos estábamos borrachos, o estonazos, o quizás ambas cosas. ¿Estábamos escapando de nosotros o nos estábamos buscando?  ¿Empezaste tú o empecé yo? ¿Hacía frío en Lima o hacía calor? Acá hace un frío de mierda o hace un calor de mierda. Igual da, la gente se queja siempre, menos nosotros. Nuestra única preocupación era lanzar un hit juntos y vernos la cara - yo tengo pipa y la alegría - dijiste - llevo siempre la alegría conmigo. Entonces yo puse las Pilsen en lata. Yo me puse y tú te pusiste. Beso.

 Fue un beso-pecado dadas las circunstancias, una baja considerable en los niveles de cortisol. En simultáneo hubo un incremento violento de oxitocina, serotonina, dopamina y adrenalina ejecutado con concha y elegancia. Íbamos a reventar.
Este delicioso-maldito-choque-pop, deleite para la filematología se convirtió en mucho más que dos cabezas 2/3 inclinadas hacia la derecha;  un anzuelo en el paladar de mi corazón. Beso.


Seguro quemamos más de 6.4 calorías por minuto, reinventando el edulcorado visual de los cristales empañados. La primera vez que nos besamos, como buenos inquilinos de la vieja Suzuki, lo volvimos a repetir aunque juramos no hacerlo. Los parques de Miraflores y Surco no mienten.

Hasta hoy, cada vez que lo revivimos, una ninfa apática y un efebo sombrío, en algún lugar de esta galaxia, lentamente empiezan a humedecerse.






miércoles, 17 de octubre de 2012


En Lima y su falsa primavera.

pobre diablo





Un demonio arrepentido solloza tumbado encima del tiempo. Lo abraza y llora. Llora peste y vinagre.


Estuvo largo tiempo huyendo del ocio, la mentira y la travesura, agentes que a la larga empujan las grandes maldades.

Su rastro pestilente podía percibirse en lontananza. Su silueta de múltiples formas, el traje diseñado con los finos hilos del engaño y su gracia irresistible, ahora son remanente de un extinto reinado de gozo apagado, hoy solo humo de coito.


Se le vio llevando su cruz de cenizas, sus violentas palabras mágicas, sus mentiras (todas ciertas). Se le vio cargando un averno ajeno, dejando su estela de azufre y caca, con esa aura comatosa, apagado, silencioso y gris.


Ya no baila en la disco. Le robaron el techo, la voz, los submundos y los clavos oxidados.

Cada tanto se detiene, mira hacia atrás y hurga en sus bolsillos. Da pase a un momento tranquilo cuando comprueba que le queda un corazón carbonizado y en venta para quien tenga hambre de dolor.


Tras muchas vidas llega a su casa. Abre la puerta y sin ánimo se sienta en la sala. Enciende el televisor y se baña de spam.


A lo lejos, su mujer pregunta qué quiere para cenar. Su única suerte es que los niños duermen.


Resopla. Desiste al crimen y al suicidio. Acepta cena y castigo. Se marcha a la cama en silencio no sin antes comprobar que puso el despertador.

No hay beso de buenas noches. Es tiempo de rezar.

martes, 16 de octubre de 2012

de madrugada en el baño


Ahora estoy tumbado en la cama mientras otros trabajan. Estoy tumbado en la cama y no sentado en mi oficina comiéndome pleitos ajenos porque pasé toda la noche en el baño leyendo a Houellebecq (que por cierto acompaña bien el acto de defecar) y pensando en lo frágil que uno se hace con los años, lo blandito que se ponen algunas partes que se pueden tocar e incluso las intangibles, cuando la menor bacteria te puede desarmar y mandarte al baño, desnudo e indefenso ante una inevitable deshidratación por diarrea.

De madrugada todo fluye silenciosamente, aunque a veces de manera siniestra y jugando en contra. Si se tratara de un fortuito encuentro sexual otra sería la historia. Toda mi artillería amatoria al servicio de la velada trabajaría con viril encantamiento hasta dejarme abrazar por la húmeda retribución de mi compañera, aquella que ajena a todo mi drama emite desde su lado de la cama deliciosos gemiditos de nocturnidad, pero con tremendo malestar estomacal todo rastro varonil de sensualidad se va por el inodoro. Indefenso, desdibujado (o dibujado tal vez)  y despojado de toda armadura, compruebo como se pierde todo cuando se caga; cagar te hace indefenso, elemental y humano. No hay trajes, títulos ni discursos, ni más perfume que el hedor de tu propio ser intoxicado. Cagar enfermo y de madrugada hace que tu cuerpo se cobre los excesos de tus días. Los perros ladran a lo lejos, la madrugada se hace abusiva mientras se te adormecen las piernas. Noche atropellada. Noche de mierda.
Vuelvo a Houellebecq tras otro espasmo. La cara brillosa de ese francés desarreglado de lengua larga es mi única compañía. La mayólica es fría como Lima y su falsa primavera. Estoy a punto de interrumpir los dulces gemiditos de nocturnidad y al mismo tiempo pienso que todo esto debe tener algún sentido.
Qué cagada.

En el universo de Plataforma de Houellebecq , Michel y Valérie viajan en la noche al Bar-bar, exclusivo antro parisino dedicado a las prácticas sadomasoquistas que no requiere un dress-code para que cualquier hijo de vecino pueda hacer turismo dentro. Sufro un espasmo estomacal que entona perfectamente con los excesos y la tortura sexual que narra el pasaje del libro. Pienso en eso mientras me retuerzo sobre la fría cerámica. Esa cosa esencialmente humana, lo que Freud llama la segunda fase de la evolución libidinal, la reorganización de la libido liderada por la zona erógena anal,  llena de significados asociados a la defecación y al valor de las heces. Pajas de la psicología que quizás nacieron en mitad de un cague en plena madrugada, cuando el mismo Freud estaba igual que indefenso que yo ahora.

Sigo mi periplo con otro espasmo mientras Valérie se espanta de lo que ve en el Bar-bar, más sexo, tortura y escatología. Todo se me hace como coreográfico; espasmo-Houellebecq-madrugada-espasmo- Freud
Termino y vuelvo a la cama. Falta poco para que amanezca. En un rato todos estarán trabajando y yo quizás vuelva al baño y a alimentarme sólo con algunas bebidas rehidratantes, sintiéndome más indefenso y tóxico.
Como dijo Valérie al salir del bar sadomasoquista - vivimos en un mundo extraño.

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